20 julio 2007

BROOKLYN y MANHATTAN



Calles de moda en Brooklyn y Manhattan
Paseo por Williamsburg, Dumbo y otras zonas en auge junto a los puentes de Nueva York



Cocina hindú, librerías de toda la vida y tiendas de ropa 'vintage'. Cuatro rutas para urbanistas que recorren tanto el norte de la Gran Manzana como las zonas emergentes más allá de la isla.

Cruzar el puente de Brooklyn a pie tiene algo de majestuoso. Por algo Jack Kerouac, Vladímir Mayakovsky, Marianne Moore y Hart Crane lo inmortalizaron en verso. A diferencia de los otros puentes, éste privilegia a peatones y ciclistas, que cruzan el río Este por la pasarela central

Como tantas cosas en la vida, hace falta un poco de distancia para poder apreciar las muchas dimensiones de la ciudad de Nueva York. Y caminar sobre un delgado sendero suspendido encima de uno de los dos ríos que abrazan Manhattan es tal vez la mejor forma de hacerlo. Cruzar un puente en Nueva York a pie resulta especialmente mágico porque los paisajes urbanos son míticos, de película; pero también porque los puentes son una parte integral del trajín neoyorquino de todos los días. Y un día soleado, al ver los rascacielos brillando bajo el sol de mediodía; los buques que suben y bajan por las corrientes del puerto; los coches, ciclistas y peatones dirigiéndose a infinitos lugares de la metrópoli, uno se siente suspendido en el aire, casi en un sueño.
Durante gran parte del siglo XX el sueño de muchos era llegar a Manhattan y abrirse camino allá, y para eso en gran parte se construyeron los grandes puentes de Brooklyn, Manhattan, Williamsburg y George Washington. Pero como la vida es cíclica, para finales del mismo siglo, esos puentes sirvieron para que la gente emprendiera el viaje inverso, a repoblar barrios olvidados al otro lado. Para el viajero son una fuente inagotable de descubrimientos y redescubrimientos.


El puente de Brooklyn, estrenado en 1883 después de 13 años de construcción, siempre ha sido más que una mera vía de transporte o monumento urbano. Con la suave curva de sus gruesos cables de acero, suspendidos entre dos flamantes torres neogóticas dominando el puerto de Nueva York a más de 84 metros de altura, ha sido cómplice de momentos trascendentales: propuestas de matrimonio, maratones y, un día de 2001, un éxodo. Y aunque ahora Brooklyn está de moda, durante muchos años este puente simbolizó los deseos de una multitud de gente que sólo soñaba con cruzar el puente y dejar atrás Brooklyn para abrirse camino en Manhattan. Un proyecto soñado durante décadas, con decenas de bocetos rechazados e interminables negociaciones. El puente se cobró la vida de 20 obreros, además de su arquitecto, John Roebling, cuyo hijo ingeniero acabó terminándolo; todo un testamento de una ciudad y un país en pleno esplendor y crecimiento. Tras su inauguración, la revista Harper's Weekly publicó: "La obra será probablemente nuestro monumento más duradero".

Cruzar este puente a pie tiene algo de majestuoso. Por algo Jack Kerouac, Vladímir Mayakovsky, Marianne Moore y Hart Crane lo inmortalizaron en verso. A diferencia de los otros puentes, el de Brooklyn privilegia a los peatones y los ciclistas, que entran desde Centre Street y cruzan el río Este por la pasarela central, una especie de alfombra roja hecha de tablas de madera por encima de los coches con vistas panorámicas. Un día soleado, no hay nada más grato que divisar, más allá del delicado encaje de cables, el Brooklyn industrial y la silenciosa geometría de los edificios de Lower Manhattan.
La caminata, larga y cuesta arriba hasta la mitad, termina en el cruce de las desoladas calles Adams y Tillary. Sin embargo, a unos cinco minutos, doblando hacia la derecha, está el pintoresco barrio residencial de Brooklyn Heights. Bajando por las calles Henry o Hicks, la primera parada es el Promenade, un paseo al borde del río donde el downtown de Manhattan es una fantasía de metales pesados y cristales transparentes.
El barrio, a sus espaldas, es acogedor y elegante, con brownstones decimonónicos en calles arboladas con nombres dulces como Cranberry, Orange y Pineapple (arándano, naranja y piña). Los residentes adoran su barrio, y miran a los manhattanianos con altanería, misericordia y un toque competitivo, alegando que se vive mucho mejor en Brooklyn.

Ésa es una cuestión subjetiva, pero el barrio sí tiene su encanto. En su calle principal, Montague Street, hay una librería de ocasión buenísima, Heights Books (en el número 109); una tienda de cerámica kitsch importada desde Manhattan, Fish's Eddy (en el 122); un diner polaco con blintzes (una especie de panqueques) excepcionales (Teresa's, en el 80); en la cercana Henry Street está Tazza (número 311), donde sirven vinos y paninis ricos; en el 50, Café el Cubanito sirve un respetable mojito.

Un poco más allá, en Atlantic Avenue, están los locales de toda la vida como el Long Island Restaurant, en el 168, un lugar que parece congelado en el tiempo, con taburetes años cincuenta, Wurlitzer, reloj Budweiser y trofeos del desaparecido dueño, campeón local del bowling. Más arriba, en el 187, está Sahadi's, gran emporio de productos árabes, y al frente, en el 170, el menos conocido pero más ecléctico Oriental Pastry & Grocery, que tiene todo lo anterior más DVD de películas egipcias y el Corán en casete. Para degustar comida árabe están el Fountain Café, en el 183, y el cavernoso y delicioso Trípoli, en el 156.


Manhattan Bridge: siempre ha vivido a la sombra de su ilustre hermano mayor, al sur. Inaugurado en 1909, este puente no tiene la gracia del Brooklyn (es una maraña de cables en azul y blanco, está revestido por una alambrada francamente carcelaria, el paseo peatonal está al costado sur, no en el centro, y hay que soportar ruidos y temblores del metro), pero tiene sus ventajas. Primera: su ubicación en pleno Chinatown. Después de una comida en New York Noodle Town (28 y medio Bowery), allí mismo, en la esquina de Bowery y Canal, están las escaleras que dan acceso al puente. En cuestión de minutos se disfrutan el maravilloso paisaje y la vista del Brooklyn Bridge.

Después de caminar una media hora, bajas otra serie de escaleras y en cinco minutos más estás en Down Under Manhattan Bridge Overpass (DUMBO). Hace una década, cuando los artistas se instalaron en sus antiguos galpones y fábricas, algunos decían que era demasiado siniestro allí debajo del puente Manhattan, y que nunca se podría crear un ambiente de barrio; pero allí está, con cada vez más gente guapa, galerías, restaurantes y tiendas. De diseño se destacan Prague Kolektiv (143 Front Street), meca de muebles checos del siglo XX; Baxter & Liebchen (33 Jay Street), con piezas danesas de Jacobsen, Henningsen y otros, y Wonk (68 Jay Street), mobiliario funcional e hipermoderno. En Loopy Mango Front (117 Front Street) te vestirán de vintage; en Pomme (81 Washington Street) pondrán a tus hijos a la última moda, y en Jacques Torres Chocolate (66 Water Street) encontrarás una razón para abandonar esa dieta neoyorquina de ensaladas y Coca- Cola light. Para comer están el brunch tranquilo en Dumbo General Store (en 111 Front Street); cocina fusión hindú-tailandesa en Rice (81 Washington), y comida americana clásica en Bubby's (1 Main), donde por la noche a veces tocan música. Así que de pariente pobre, nada: este otoño pasado, un penthouse dúplex en Washington Street se vendió por 3,3 millones de dólares.

WILLIAMSBURG BRIDGE El 'Puente de los Judíos'

En 1903, cuando se inauguró este puente, un artículo de Scientific American dijo que era "un puente por y para el ingeniero... No hay ningún detalle, de diseño o forma, que sugiera otro impulso que la utilidad pura y dura". No destaca por su belleza, pero es bien útil, especialmente para el viajero que quiere optimizar su tiempo. Conectando dos barrios en plena efervescencia -el Lower East Side de Manhattan y Williamsburg-, esta estructura es un excelente nexo entre dos paseos agradables.

Hacia fines del siglo XIX, el Lower East Side era un barrio insalubre de inmigrantes judíos, y Williamsburg, un barrio de alemanes. Cuando se abrió el puente, tantos fueron los judíos que migraron a Brooklyn para escaparse de la miseria que el Williamsburg Bridge adquirió el apodo de Puente de los Judíos. Aunque tomado desde hace tiempo por la fauna artística, el barrio ha logrado conservar elementos de su pasado más humilde, y en eso reside mucho de su encanto.

Se accede desde el cruce de Delancey y Clinton Street, frente al Clinton Papaya. La caminata es larga para llegar al río, pero la panorámica, impagable: ofrece vistas despejadas hacia el norte de Manhattan (y edificios como el Empire State, el Chrysler, Citicorp...). Pasando a la otra orilla, hay que tomar o Driggs Avenue o Bedford Avenue hacia arriba para llegar a Williamsburg.

En Southside Guitars (742 Driggs) podrás comprar guitarras vintage, y más arriba, en 115 North 6th Street, muebles excéntricos de Future Perfect, un punto de referencia de diseño en Brooklyn. Noisette (46B North 6th), Otte (218 Bedford) y Yoko Devereaux (338 Broadway) ofrecen paradigmas de la moda Williamsburg: naïf, femenina, y con onda vintage. Para vintage de verdad están Amarcord (223 Bedford), Adele-twig (105 Berry,) y otros lugares por Bedford y las calles vecinas.

Es curioso: por un lado, Williamsburg es el gran ejemplo de un barrio ordinario-deprimente que se resucitó gracias a los artistas. Y por otro, eso mismo puede ser un poco sofocante; tanta onda agota. Cuando pasa eso hay que buscar el lado B, por ejemplo, en la gran sucursal del Ejército de la Salvación, en 118 Bedford, con ropa usada (no vintage). Luego, en 223 Bedford, está JS Pastry Polska Cukierna, y en 149 North 8th, Old Poland Foods, dos panaderías que venden babka, pan negro, y periódicos polacos. A la vuelta, en 172 Bedford, están las ricas kielbasas de Polska Masarnia, y para comer sentado, Relish (225 Wythe) es un diner reconvertido pero con precios sin onda, y Supercore (305 Bedford) tiene un ambiente relajado y agradable. En Baci and Abbracci (204 Grand Street) hay pizzas y personal sin pretensiones. Todo esto a unos quince minutos de Manhattan en el tren L, y se nota: si no fuera por la vista lejana de la isla, podría parecer el Lower East Side o el East Village.

GEORGE WASHINGTON El deleite del arquitecto

Poco celebrado por los residentes de Manhattan, tal vez por conectar la ciudad al Estado a veces despreciado de Nueva Jersey, el GW Bridge es una de las perlas desconocidas de la construcción civil neoyorquina. Inaugurado en 1931, fue consagrado por Le Corbusier como "el puente más bello del mundo, el único elemento de gracia en toda esa caótica ciudad; las dos torres se proyectan a una altura que te produce una sensación de felicidad".

Felicidad es una cuestión personal, pero después de subir las escaleras en la calle West 179th con Pinehurst Avenue (tomar el tren A hasta la calle 181), la tranquilidad es palpable en el aire sobre el río Hudson. Allá, unas 135 calles al norte de Times Square, Manhattan se vuelve pequeña y lejana. La mejor hora aquí es al atardecer, cuando el sol poniente vierte tonos pastel y plateado sobre el horizonte y el puente se ilumina. Las vistas de los edificios Chrysler y Empire State son bonitas, pero la verdadera atracción son los palisades de New Jersey, una serie de acantilados que bordean la orilla, convirtiendo al Hudson en un singular cañón urbano. La gracia de esta caminata es hacerla de ida y vuelta, para apreciar también, a la vuelta, el curioso panorama del norte de Manhattan, los parques Fort Washington y Fort Tryon, un rincón arbolado y tranquilo que parece pertenecer a cualquier ciudad menos a Nueva York.

Pero es muy de Nueva York. En Fort Washington Avenue o Cabrini Boulevard, cualquier viernes de verano, entre los sólidos edificios de los años treinta con sus fachadas e interiores art déco, están los vecinos dominicanos descansando en sillas de playa, chismorreando o tirando piropos, mientras los judíos ortodoxos corren al shul antes de que anochezca. Aquí no hay prisa, ni tiendas fashion, ni artistas ambiciosos montando lofts en fábricas abandonadas. Es un barrio en auge, pero su distancia del centro lo protege, haciendo de él un pequeño pueblo aparte.

Los monumentos y museos abundan, entre los Cloisters, en Fort Tryon Park, con su colección de arte medieval y sus vistas al río y los palisades, y el High Bridge, entre las calles 172 y 173 sobre el Harlem River, una joya de puente (el primero en todo Manhattan, de 1848) con arcos de aire románico. Por no decir nada del mismo Fort Tryon Park, con sus 27 hectáreas de espacio verde y el elegante New Leaf Café. Para alimentación más urbana están el Malecón (4.141 Broadway), donde no hay que hablar inglés para pedir pollo al horno, y Coogan's (4.015 Broadway), un bar irlandés frecuentado por vecinos y policías.

Cuatro puentes, cuatro destinos inolvidables. Requiere un poco de planificación, mucha energía y una botella de agua, pero la recompensa es infinita: descubrir un nuevo ángulo sobre la ciudad.

http://www.elpais.com/articulo/portada/Calles/moda/Brooklyn/Manhattan/elpcanviaame/20061216elpviapor_1/Tes

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